En Taizé…

Aprovechando el viaje de nuestro Rector a Ars, Ramón y yo nos acercamos a Taizé para disfrutar de una experiencia nueva junto con muchos otros jóvenes cristianos venidos de diferentes lugares del mundo. Y, dicho sea de paso, allí coincidimos con Carolina, nuestra reportera de Televisión Popular en Santander.

Taizé es un pueblo donde se encuentra una comunidad ecuménica de hermanos católicos y protestantes que han abierto sus puertas a jóvenes y a familias de todo el mundo para que participen con ellos en la oración y el trabajo en búsqueda de la reconciliación de los cristianos.

Desde el primer momento sentimos una calurosa acogida por parte de otros jóvenes que voluntariamente se quedan a ayudar. Enseguida nos asignaron una habitación y nos explicaron el funcionamiento de Taizé.

El día a día en Taizé guarda una rutina muy sencilla que sirve para ayudar a entrar en un clima de oración y meditación. Por la mañana acudíamos a la oración matutina antes de desayunar. Después de la reflexión bíblica en grupos volvíamos de nuevo a la Iglesia y finalmente tras la cena nos reuníamos de nuevo en la oración vespertina. El resto del tiempo se empleaba en realizar servicios comunitarios, acudir a talleres de formación preparados por los hermanos, o simplemente dar un paseo por el jardín del silencio meditando y reflexionando.

Al finalizar el día teníamos la posibilidad de disfrutar de un momento distendido en el OYAK, un centro en el que se distribuía comida y bebida. En este lugar se generaba un buen ambiente que permitía entablar conversación con otros jóvenes y relajarse después de un día de trabajo y oración intenso.

Uno de los hermanos nos explicó que al hermano Roger, fundador de la comunidad, le gustaba definir el espíritu de Taizé con tres palabras: alegría, sencillez y misericordia. Personalmente podría afirmar que lo que más he podido palpar ha sido la “sencillez” de la vida en Taizé. Desde la humildad de las comidas, donde bastaba con una cuchara para comer, hasta la sencillez de los cantos meditativos, formados por tan sólo 1 o 2 frases, pasando por la simplicidad de la propia Iglesia, en la que bastaba con una moqueta para sentarse. Toda la vida en Taize estaba impregnada de simplicidad. Una sencillez que te permite “liberarte” de todo aquello que te puede despistar del verdadero centro de nuestra vida: Cristo.

Precisamente su oración es completamente cristocéntrica. Tratan de realzar lo que tenemos en común todos los cristianos dejando de lado las diferencias. Con su toque oriental de oración repetitiva acabas “rumiando” la Palabra de Dios, ya que sus canciones se conforman de versos de la Biblia. De hecho lograron que a la vuelta a Santander aún resonasen en mi cabeza los cantos una y otra vez…

Las reflexiones bíblicas también fueron muy positivas. Por la mañana nos reuníamos por franjas de edades con un hermano para meditar sobre un pasaje de la Biblia. Pero no sólo era el hermano de Taize el que nos aportaba luz al texto, sino que los propios jóvenes, con sus intervenciones, aportaban diferentes puntos de vista que alumbraban la Palabra. El hermano trataba de orientarnos para que nosotros mismos descubriéramos respuestas a nuestras dudas, más que darnos él las respuestas. De esta manera invitaba después a profundizar en el texto en grupos más pequeños de 7-8 personas. Para mí ese encuentro en pequeños grupos fue de lo más enriquecedor. Compartir la fe con gente de muy diversas procedencias y de distintas confesiones cristianas no es algo que se dé todos los días…

Ha sido una experiencia única. Y estoy seguro de que no habrá otra igual porque realmente el ambiente de Taizé lo forman los propios jóvenes. Si se reúnen jóvenes apasionados por Cristo, apasionada será la vivencia en Taize.

Pablo, seminarista de 1º de estudios teológicos.