Sabiendo que nuestra vocación primera por el Bautismo es la santidad, podemos pasar a ver cómo Dios quiere que alcancemos tal meta ayudados de su gracia: qué vocación específica quiere tocar nuestro corazón, hacia donde quiere que nos dirijamos y por qué “crisoles” hemos de pasar para ir convirtiéndonos cada día más a Él.
En este sentido, la mayor parte de las veces, la llamada del Señor, tras un tiempo, empieza a hacerse nítida —aunque tras un proceso; se parte de algo parecido a un susurro leve o un pensamiento endeble: en esa debilidad aparente radica su fuerza— da pequeños toques de atención y se instala en nosotros con la sencillez que llegó.
Uno puede sentir la vocación al haber pasado por un acontecimiento traumático, al vivir una experiencia intensa de Dios, al preguntarse el porqué de lo que otros realizan sin ningún tipo de beneficio… y en ellos esa voz, que desde siempre fue confundida con el ruido vital de la respiración, adquiere un matiz nuevo… se podría decir que se empieza a escuchar aquello que, con los oídos “dormidos”, parecía ruido y sinsentido; se inicia “algo” que tendremos que ir profundizando con cada una de nuestras respiraciones y latidos del corazón: dejando, cada vez más, actuar al Espíritu Santo en nuestra vida.
¡Atención! Nadie dice que sea todo “color de rosa”, porque aún estas tienen espinas. La verdadera vocación, como decía al inicio, debe pasar pruebas para fortalecerse y hacer hendidura profunda en el vocacionado; pero, mientras pasan las tormentas, es preciso mantenerse fiel hasta que pase la crisis para poder observar con claridad lo ocurrido —teniendo presente la indicación de S. Ignacio de Loyola: “en tiempos de desolación no hacer mudanza” (EE 318)—, quietos hasta ver, que igual no es nada.
Dentro de todo auténtico proceso vocacional surgen las dudas, los cuestionamientos que aparecen cuando las fuerzas flaquean y todo parece tambalearse; en esos momentos, en los que la rutina puede convertirse en hastío, se hace fácil perder el “norte” que debe ser punto de referencia en nuestra vida: Cristo.
En medio de una marabunta de pensamientos, de circunstancias personales, motivaciones, frustraciones y errores inasumibles recorriendo nuestra mente y eclipsando la capacidad de trascender serenamente esa situación, es difícil recordar aquello que un día sintió nuestro corazón y que poco a poco fue formando parte esencial y fundante de nuestro ser personal.
La esperanza ha de ser el motor que nos ayude a salir de este estado de desasosiego y que nos una más en el amor al Amigo; así, ejercitándonos en la caridad, perseveraremos fieles a la vocación recibida, al proyecto y voluntad del Padre para nuestra vida.
Pero tendremos que sacar fuerzas de la debilidad y pecado propios para avanzar en la compresión del misterio que se nos hace su voluntad, y por ello tendremos que pedir que nos ilumine y, así, podamos afianzarnos de nuevo en la vocación confiando en que: si Dios nos quiere para esa tarea Él pondrá los medios necesarios para salir de toda dificultad; hallando tras la prueba una mayor unión con Él que nos alcance la Felicidad.